Por una extraña circunstancia tendemos a elevar a alguien a categoría de mito cuando desaparece, cuando deja de estar entre nosotros. Es un rasgo de simple estulticia humana que, sin embargo, hace que me alegre cuando la norma se rompe y nos vemos rodeados de mitos vivientes. La retirada de Hicham El Guerrouj, el más grande atleta de los últimos tiempos, le eleva a categoría de mito y, además, viviente. Doble mérito.
Eso sí, echaremos mucho de menos a aquel cuerpo de atleta que corría como flotando en el aire. El Guerrouj siempre fue en brazos de Alá, al que venera y siempre da gracias por sus triunfos. No sólo llamó la atención por sus grandes logros, dentro y fuera de las pistas, sino también por su estilo. No era la carrera forzada y el rostro crispado de Said Aouita, otro auténtico fuera de serie; tampoco el correr fácil pero sin transmitir sentimientos de Nourredine Morcelli, un auténtico mago en el arte de la estrategia que, sin embargo, no llegaba a conectar con el público.
Tras ganarlo absolutamente todo y dejar el récord del mundo de 1.500 metros en 3 minutos 26 segundos exactos, una auténtica salvajada, El Guerrouj aparca su carrera como atleta por el exceso de presión, por la responsabilidad que supone tener a todo un país detrás de ti, esperando una nueva hazaña, esperando que su atleta predilecto no les falle. Un pueblo humilde como el marroquí, a la espera quizá del único motivo de alegría en meses. Ciertamente, una responsabilidad difícil de asumir en ocasiones.
El caso de El Guerrouj se asemeja al de otro número uno del atletismo mundial, el marchador ecuatoriano Jefferson Pérez. Cuentan algunos de los muchos compatriotas que viven en España que Jefferson es una especie de semidiós en su país, que cuando llegan acontecimientos como el Campeonato del Mundo de atletismo o los Juegos Olímpicos él es la única esperanza de que el modesto pueblo ecuatoriano tenga su momento de gloria, con su bandera en todo lo alto, con su himno escuchado en directo por más de 60.000 personas y por todo el mundo a través de TV. Muchas veces, esta presión ha hecho que Jefferson Pérez pase una semana entera sin dormir o que su estómago se descomponga dos fechas antes de la cita con los 20 kilómetros marcha y no pare de vomitar, con evidentes secuelas el día de la competición.
El Guerrouj se presentó en los Juegos Olímpicos de Atenas con la sensación de ser un atleta ya veterano, pese a su juventud, en peligro de ser superado por nuevas hornadas de mediofondistas africanos. Decidió doblar y hacer 1.500 y 5.000 metros. El oro en la primera aún estaba reservado para él pero otra historia sería la distancia más larga, sobre todo porque correría junto al indiscutible rey, el etíope Kenenisa Bekele. En una carrera inolvidable, con una recta final digna de una antología con lo más selecto de la cita olímpica, El Guerrouj batió a Bekele y logró lo que sólo había conseguido el finlandés Paavo Nurmi en 1924: oro en 1.500 y 5.000. Abrió los ojos como platos, se echó las manos a la cara, miró al cielo, se arrodilló, besó el suelo, dio gracias a Alá y rompió a llorar. Lo comprendió todo. Ya no le divertía entrenar para competir. "Ya sólo entreno para divertirme", dijo a los medios. Palabra de mito viviente.
domingo, mayo 28, 2006
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