Hola Juan:
Te escribo porque hoy hace 14 años que no estás con nosotros, que es ya un tiempo largo, y aunque no lo creas el vacío que dejaste sigue sin llenarse. Algo debías tener muy adentro, como las personas especiales. Quizá por eso te marchaste tan pronto.
Me supongo que sabrás que el Real Madrid, o lo que es lo mismo, tu vida, no atraviesa por su mejor momento. Se encuentra en una de esas malditas transiciones en las que parece que todos los cimientos del club se van a venir abajo. Algo sabes tú de eso. Me da la impresión de que si estuvieras entre nosotros los últimos años no te hubieran gustado demasiado, aunque siempre hubieras defendido a tu Madrid.
También habrá llegado a tus oidos que el día que el equipo perdió en Copa 6-1 en Zaragoza, Iker Casillas, que era un crío de 6 o 7 años cuando tú decidiste retirarte del Madrid y que todavía no había nacido cuando te dieron el botellazo en el pequeño Maracaná de Belgrado, dijo que para el partido de vuelta había que "apelar al espíritu de Juanito". Esa es la huella que has dejado en ese vestuario, que ni el paso del tiempo ni de tantas figuras estelares se ha llevado. En el minuto 7 de cada partido en el Bernabéu surge el cántico de "illa, illa, illa, Juanito maravilla". Y cuando la afición protesta por la falta de entrega de los futbolistas gritan: "once Juanitos, queremos once Juanitos".
Y han pasado 14 años. Aquella noche infernal, aquella noche que jamás debió existir, que muchos hubiéramos borrado del calendario. Cómo no, estaba el Madrid por medio. Te viniste a Madrid desde Mérida, donde trabajabas como entrenador del equipo de la ciudad, para ver al Real, a tu Real, en competición europea frente al Torino. Al acabar el partido, vuelta a Extremadura porque al día siguiente había entrenamiento. La maldita N-V y aquel camión lleno de troncos. Cuentan que ibas dormido en el asiento del copiloto, que ni te diste cuenta. Que comenzaste un sueño que se convirtió en eterno. ¡Quién sabe lo que estarías soñando esa noche! Seguro que algo bonito, que te convertías en entrenador del Real Madrid. Te diré una cosa, Juan: ese banquillo todavía te está esperando, desde entonces, porque está diseñado para ti. Escribió Jorge Valdano en el diario Marca, con motivo del homenaje que te tributó el club dos años después de tu muerte: "Me da pudor contarte que soy el nuevo entrenador del Real Madrid porque es como si te hubiera robado un sueño. ¿O me lo regalaste? No me extraña, si el corazón es lo único que tienes más grande que la cabeza".
Sabemos que en el vestuario te llamaban "cabezón". Y lo eras. Te empeñaste, no sé por qué, en ser malo sólo contigo. Porque la otra aseveración de Valdano también es cierta: tu corazón era enorme, no podías ver a nadie pasarlo mal a tu lado. Quizá por eso, atravesaste apuros económicos en algunas ocasiones. Quizá por eso, justo antes de contratarte el Mérida, cenabas un vaso de leche y una magdalena porque no tenías otra cosa, según el testimonio de José María García.
Sí, García, ¿te acuerdas? Cómo no te vas a acordar. Quince centímetros más y el botellazo a Juanito en Belgrado se hubiera convertido en el botellazo a García, que corría a tu lado enfundado en su célebre uniforme de color butano para recoger tus primeras impresiones. Ese García que también te entrevistó, ya desde un estudio, el día que dejaste la camiseta del Madrid y tus compañeros te levantaron en hombros. Como los toreros, como lo que eras tú. Te pusiste a llorar como un niño, diciendo que no lo merecías, que ni siquiera eras alguien de Madrid ni criado en esa cantera. Entre sollozos, sólo acertaste a decir: "es que esto es la hostia, Jose".
La afición también recuerda muchas de tus chiquilladas. En el fondo, nunca dejaste de ser un niño. Cómo olvidarse de tu cara, de chico arrepentido, sin apenas alzar los ojos, en una entrevista que los compañeros de TVE te hicieron en el Olímpico de Munich, tras el famoso partido en el que le pisaste la cara a Matthäus. Pedías perdón a la afición, a los compañeros por haberles dejado con uno menos. Como un niño, sólo después de hacer las travesuras te dabas cuenta de que aquello no estaba bien. Por eso te pusiste de rodillas delante de Andújar Oliver, para que no te expulsara. El club te lo había avisado: ni una roja más por protestar. Pero no podías ver a tus compañeros sufriendo. El día del pisotón a Matthäus, el centrocampista alemán acababa de hacer una entrada muy fea a Gallego. Chendo se lo recriminó empujándole y tirándole al suelo y tú le pisoteaste. Con Andújar discutías porque no dejaba que entraran las asistencias para atender a Pineda, que había tenido un fuerte encontronazo con Andoni Cedrún. Estoy seguro de que si las entradas de Matthäus y Cedrún te las hacen a ti, no hubieras sido expulsado en ninguno de los dos casos. Tú sólo fuiste malo contigo. Por cierto, Matthäus quedó consternado por tu muerte y dijo que si el Madrid te hacía un homenaje, él quería estar presente.
Y por encima de todo ello tu entrega, tu pundonor y tu garra. Tu sentimiento por unos colores, por una camiseta, por un escudo. Estuviste en aquellas grandes remontadas europeas recordadas hace poco por la fallida de Copa ante el Zaragoza. Fue en ellas donde surgió tu mítica frase de "en el Bernabéu, noventa minutis son molto longos". Muy longos, sobre todo para el rival. Si por algo recordamos la eliminatoria de la UEFA ante el Borussia Mönchengladbach es por tu carrera de banda a banda, dando saltos de alegría, con el puño en alto, arropado por 110.000 pares de manos batidas en aplausos, para ser sustituido, con el tiempo cumplido, una vez lograda la proeza de remontar un 5-1 a un equipo alemán.
Una de esas debería haber sido tu última imagen. No una tarde lluviosa en tu natal Fuengirola, rodeado de 50.000 personas que te dieron el último adiós. No un cuadro con tus compañeros llorosos portando el féretro. No una cara como la de Rafael Gordillo, siempre llena de alegría, con ojillos vivarachos, y que aquella tarde estaban hundidos, perdidos, mirando a ningún sitio. Conozco a algún joven madridista que con el carnet de conducir recién sacado abrió la puerta de su casa en Madrid y cuando sus padres le preguntaron: "¿a dónde vas?", respondió: "a Fuengirola, al entierro de Juanito". A aquella buena gente le costó un disgusto retener al chaval en el domicilio.
Hace unos años hicieron un montaje en Telemadrid con las imágenes del entierro y, de fondo, una canción que Alberto Cortez compuso cuando murió su padre. Un tema que comienza: "Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo". Lo que te decía al principio. No hay quien llene el enorme hueco que dejaste.
Tú no eras un santo, que quede claro. Por eso tiene mucho más mérito haber dejado tras de ti esa estela.
Bueno Juan, me voy despidiendo porque casi no puedo ver ya la pantalla. Siempre me pasa lo mismo cuando recuerdo cosas tuyas. Será porque soy muy blando. O porque aún te sigo esperando, a sabiendas de que ya no vas a volver.
Un fuerte abrazo.
domingo, abril 02, 2006
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4 comentarios:
Se me han humedecido los ojos, macho...
Por cierto, los que recuerdan a Juanito todos los partidos son los Ultra Sur, que hace tiempo que deberian haber sido redimidos por la opinion publica. Que facil es ponerles a parir, pero lo cierto es que son los que mantienen viva la memoria de Juanito cada partido.
Pago demasiado por todo: botellazo que le rompio la crisma por un feo gesto que hoy no merece ni sancion, a pesar de que en el pequeño maracana nos masacraron a patadas; un año de sancion por una agresion que repitio Zidane años despues y solo fueron cuatro partidos (que cumplio en el Madri), declaraciones de Nuñez diciendo que deja un hijo en cada esquina por su complicada vida personal...
Only the good die young
Gracias por vuestros comentarios. Quizá su pronta desaparición le ha convertido aún más en un mito. Es posible. Sin embargo, algo debe tener cuando 14 años después su recuerdo sigue tan vivo y cuando gente que no es de su generación como Iker Casillas sabe perfectamente quién fue. El tiempo pasa y es difícil dejar huella. Cuando al canterano Javi García le compararon con Stielike tuvo que llamar a su padre y preguntarle "quién era ése". A nosotros nos parece increíble. Pero todos nos hacemos mayores.
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