miércoles, julio 19, 2006

Morir con las botas puestas

Hace unos meses, coincidiendo con la publicación de las noticias sobre el positivo de Roberto Heras en la última Vuelta a España, escribía en este blog que el ciclismo estaba herido de muerte. Tristemente, los acontecimientos posteriores por todos conocidos, con la traca final (por el momento) de la llamada "Operación Puerto" vinieron a reforzar el argumento. Sin embargo, no hemos de olvidar que el ciclismo es un deporte de sacrificio y de sufrimiento. Y es obvio que el ciclismo va a vender muy cara su derrota.
El espectáculo que se está viendo en el Tour de Francia, especialmente con la llegada de Los Alpes, está provocando que el deporte de la bicicleta renazca de sus cenizas. La afición, sobre todo la española, se encontró ayer con una mayúscula sorpresa. La etapa fue de las que hacen época y con un claro protagonismo de los nuestros: Oscar Pereiro y Carlos Sastre. El primero, con ya muy serias opciones de ganar el Tour. El de El Barraco, dando toda una lección de valentía y pundonor en la montaña. La contrarreloj del sábado le perjudica. Si no fuera así, sería tan favorito al número uno del podio como el que más.
El ciclismo está dispuesto a "morir con las botas puestas", como decía el propio Sastre en una emisora de radio. El ciclista del CSC parafraseaba de esta forma a un ser querido "que ya no está con nosotros". Porque si alguien piensa que Sastre está subiendo como un ángel las montañas francesas en solitario se equivoca. Con Sastre da pedaladas el llorado "Chaba" Jiménez, su cuñado, que fue muy grande pero se quedó con ganas de más. A "Chaba" se le atragantó uno de los puertos más duros, sino el que más: la vida. Pero se quedó con ganas de más ciclismo y vuelve cada vez que la carretera se empina. Y ayer hubiera dicho: "jooeeerr macho, la que habeis liado".

domingo, julio 16, 2006

Los cabezazos de Zidane

La agresión de Zidane a Materazzi en la final del Mundial tiene difícil defensa, por no decir imposible. El astro francés ha recibido reproches de todos los colores y desde todos los frentes, hasta de algunos que, según sus propios testimonios, no son ejemplo de nada. Fue un gesto muy feo, incluido el de no salir a recoger la medalla de plata. Entre otras cuestiones porque, sin querer ser excesivamente malpensado, creo que no hubiera hecho lo mismo, por muy enfadado que estuviera, si Francia se hubiera impuesto en la tanda de penalties y se hubiera hecho con la preciada Copa del Mundo.
Sin embargo, sería una injusticia mayúscula que recordáramos a Zidane por esta última acción de su vida como futbolista, que vino a cerrar de un modo gris una carrera impecable. Zidane ha dado muchos cabezazos en su vida y la mayoría quedarán para la Historia. Con dos cabezazos fulminó a Brasil en la final del Mundial de Francia. Aquella noche, los componentes de la selección gala recorrieron las calles de París como auténticos héroes, pero un nombre estaba en boca de todos, por encima de los demás: Zinedine Zidane. El marsellés emocionó al Bernabéu con un gol de cabeza, el último que marcó en el estadio madridista con la camiseta blanca, en aquella despedida que le hizo llorar. Con la cabeza siguió ese balón imposible que llegó de las botas de Roberto Carlos, surcó el cielo escocés y fue a parar a la bota izquierda de Zidane, convertida en cañón para sellar el gol más grande de la Copa de Europa. El genio francés jamás perdió de vista ese balón. Aquella noche de mayo de 2002 en Glasgow tuvo algo en común con la de julio de 1998 en París: muchos nombres sonaron y fueron aclamados. Pero uno por encima de todos, el de Zidane.
La cabeza que agredió a Materazzi es la misma que durante tanto tiempo pensó la jugada un segundo antes que los contarios y, en ocasiones, antes que los compañeros de Zidane, sorprendidos por lo que se le ocurría al francés. La misma cabeza que inventó pases imposibles, goles inverosímiles, que veía huecos inéditos para el común de los mortales.
Después de todo, juzgar a esa cabeza por estrellarse contra el pecho de Materazzi no es lo más oportuno, aunque no haya más remedio que afear la conducta a Zidane. Eso sí, igual de injusto que condenar al genio francés por hacer lo que hizo es permitir que Materazzi se vaya de rositas. Provocó, insultó y después mintió, al negar en un primer momento los ataques verbales contra Zidane. Los defensores de Materazzi dicen que eso es saber competir. No señores, eso no se llama competir. Los más grandes deportitas de la historia han alcanzado las cotas más elevadas de gloria sin necesidad de actitudes y comportamientos barriobajeros. Qué lástima que la prensa española, que ha elevado a Materazzi a categoría de mártir, tenga la memoria tan escuálida y no recuerde lo que dijo del defensa italiano después del brutal codazo de éste a Sorín, en la vuelta de los cuartos de final de la Champions, entre el Villarreal y el Inter de Milán. Entonces se trataba de la agresión a un equipo español. Ahora, en cambio, era un francés que defendía la camiseta de su país y que, para más inri, nos había echado con toda justicia del Mundial, cuando esa misma prensa llevaba meses jubilándole anticipadamente, como si fuera un empleado de banca o de una empresa multinacional de telefonía.
Un último detalle. Medina Cantalejo, que actuó de cuarto árbitro en esa final, volvió a ser protagonista porque fue el que vio la agresión de Zidane e hizo al árbitro sabedor de la acción. Desde luego, no procede calificarle de "soplón" ni tampoco decir que actuó mal. Pero sí fue más allá de las funciones encomendadas al cuarto árbitro, que no está para ver lo que no presencian ninguno de los tres que está en el terreno de juego. El comentario viene a cuento porque, como es lógico, la jugada de Materazzi y Zidane no se va a olvidar tan fácilmente y a la primera similar que se produzca en nuestra Liga y el cuarto árbitro se quede, tan a gusto, en su caseta, no faltará quien recuerde que en la final del Mundial Medina Cantalejo sí advirtió al árbitro. Y ya tendremos lío porque o Medina se excedió o los colegiados que actúan como cuarto árbitro llevan unos cuantos años incumpliendo sus funciones.
Y por si hay alguna duda, pienso que la FIFA debió no conceder el Balón de Oro del Mundial a Zidane y especificar, además, que la agresión fue el detonante para tomar la decisión. Quizá de esta manera hubiera dado un paso más para ayudar a todos a entender que "competir" no tiene nada que ver con lo que hicieron Zidane y Materazzi.