martes, agosto 31, 2010

Merci Fignon, merci

Toda la vida estaré agredecido a las personas que, de una forma o de otra, me hicieron sentir pasión por el ciclismo. Uno de ellos, de los primeros además, se acaba de marchar penosamente: Laurent Fignon. No es cuestión de poner paños calientes ahora, cuando no está. Como la mayoría, desprecié al francés aquel 22 de julio de 1989, cuando escupió a una cámara de TVE. Tampoco me gustaron algunas de sus actitudes, un tanto soberbias y propias de un personaje endiosado. Pero sí, él fue uno de los primeros que hizo que me embobara delante de la pantalla del televisor cuando el ciclismo se asomaba a ella.
En mis primeros recuerdos aparece con fuerza una melena rubia al viento coronada por una cinta blanca adornada con los antiguos colores de la Renault, amarillo y negro. El panorama se completaba con unas gafas cuyos cristales parecían hacer forzoso equilibrio sobre lo que parecían meros alambres (que le valieron el apodo de "el profesor"). Era diferente, ningún ciclista llevaba algo así.
Lo descubrió Cyrille Guimard, el Echávarri francés (o Echávarri sería el Guimard español). Con 23 años lo llevó por primera vez a un Tour de Francia, lo que en aquellos tiempos, e incluso en éstos, puede ser calificado como una imprudencia. Además, Fignon llevaba sobre sus hombros el cometido de suplir la baja por lesión de un tal Bernard Hinault, que llevaba ya cuatro triunfos absolutos en la ronda gala y llamaba a las puertas de un Olimpo habitado por entonces sólo por Anquetil y Merckx. Fignon ganó ese su primer Tour y también el segundo, en el que sí participó Hinault y, además, no como compañero sino como rival, tentado por los francos de Bernard Tapie y su invento de La Vie Claire, que se llevó a media escuadra de la Renault. La fidelidad de Fignon a Guimard resultó de lo más rentable para los dos.
Por entonces, lo único que no entendía era por qué los comentaristas se empeñaban en referirse a él diciendo algo así como 'logán fiñón' cuando después su nombre se escribía 'Laurent'. "Los franceses pronuncian así", me aclaraba mi padre. En realidad daba lo mismo, logán o laurent o laurencio o lorenzo. Fignon fue uno de los últimos exponentes de un ciclismo de cuchillo entre los dientes, que dio paso posteriormente a otro de calculadora. En carrera, Fignon no conocía a nadie. Quizá sólo a Guimard pero en contadas ocasiones. El genio actuaba por libre muchas veces. No me lo imaginaría en estos tiempos, con los auriculares. Lo más probable es que los de Fignon se fueran a buscar el primer barranco por el que pasara la carrera.
Las lesiones le impidieron tener continuidad. Aún así, firmó un podio en la Vuelta del 87 (que concluyó tercero tras Lucho Herrera y Raymond Dietzen) y preparó la temporada de 1989, la que hubiera consagrado para siempre su carrera como ciclista. Aquel año ganó el Giro de Italia con cierta comodida al americano Hampsteen, el rival a batir porque había vencido el año anterior, y encaraba el Tour de la mejor manera posible. Su divorcio con España y su afición, que ya había tenido algunos capítulos, iba a alcanzar su punto álgido en aquella ronda francesa.
El Tour del 89 fue el que comenzó con Pedro Delgado, vencedor de la anterior edición, llegando tarde a la salida del prólogo de Luxemburgo. Fignon, en actitud provocadora, dio a la prensa gala su lista de favoritos para ganar la carrera, en la que no estaba incluido el segoviano. "¿Y Delgado?", inquirieron los periodistas galos. "Delgado no cuenta, ya ha perdido el Tour". La expresión soliviantó a la afición española, que siempre tuvo una especial predilección por Perico, incluso en la época de esplendor de Indurain. En el fondo, Delgado fue, como Fignon, de los del cuchillo entre los dientes e Indurain, de los de la calculadora (aunque con muchos matices).
Aquel Tour contempló en la montañas ataques a la desesperada de Perico tratando de enmendar su error, mientras que por detrás, la guerra era entre Fignon y Lemond. El americano (lugarteniente de Hinault en La Vie Claire y vencedor del Tour en 1996) volvía a una gran competición tras un accidente de caza que le afectó a la zona renal y que estuvo a punto de dejarle impedido. Acudía en las filas del modesto ADR, es decir, sin equipo.
Desde la quinta etapa, Lemond y Fignon se arrebataban mutuamente el maillot amarillo con una preciosa alternancia, con la que creyó acabar Fignon en el paso de los Alpes. El galo le quitó el amarillo a Lemond en L'Alpe d'Huez y lo ratificó al día siguiente con un espectacular triunfo de etapa en Villard de Lans, donde Delgado enterró las pocas fuerzas que le quedaban. El esfuerzo final de Lemond hizo que la diferencia con Fignon quedara en sólo 50 segundos, a la espera de la contrarreloj de París. Aquel año, los franceses decidieron que el tradicional paseo triunfal por los Campos Elíseos se transformara en una crono de 24 kilómetros, para darle emoción al asunto. Ni el que lo pensó imaginó un final así. Tanto, que no se les ha vuelto a ocurrir.
Si ya de por sí la tensión era máxima, hubo una serie de factores que hicieron el clima prácticamente irrespirable. El primero, que el paso de Fignon por los Alpes le dejó un ramillete de alegrías pero un recuerdo fatal en forma de forúnculo cuya evolución en los siguientes días no fue precisamente positiva. El segundo, que los rumores sobre un posible dopaje comenzaron a circular con velocidad. Fignon había sido sorprendido en un control dos años antes.
Es entonces cuando llega el célebre episodio con TVE. El redactor Rafael Recio y un cámara abordan a Fignon a la llegada del tren de alta velocidad que ha trasladado a los ciclistas a París para la disputa de la última etapa. Fignon no responde a los llamamientos de los periodistas y cuando al fin se acerca y parece que va a decir algo escupe al centro del objetivo. Demasiada tensión y demasiado mal canalizada. Al día siguiente, Fignon pierde el Tour por ocho segundos.
Pero no sólo ese Tour se le fue en los 24 kilómetros que separan Versalles de París. También se marchó la ilusión por hacer cosas grandes. Y la confianza en su mentor y descubridor, al que dejó para fichar por los italianos de Gatorade. Un refuerzo para Gianni Bugno, al que poco reforzó.
De aquella época, recordamos la contrarreloj de Luxemburgo, en la que Indurain destrozó a todos sus rivales (el segundo llegó a tres minutos). En los últimos metros, el navarro dobló a Fignon, que había salido seis minutos antes. Al día siguiente, L'Equipe (la Biblia del Tour), abre con una fotografía de Indurain en pleno esfuerzo y Fignon, ya rebasado, tratando en vano de seguirle. "No sé lo que ocurrió, de repente vi pasar a un misil", declaró Fignon al término de la prueba. Fue su primera aportación al periodismo (después ha ejercido como comentarista televisivo casi hasta el final) porque L'Equipe tituló en portada: "El misil Indurain".
Fue su epitafio deportivo, junto con una etapa en ese Tour, su último triunfo. Merci Laurent, por todo... lo de la carretera. Ya sabes a lo que me refiero.

lunes, agosto 30, 2010

¡Auto-ges-tión!

Me preocupa el equipo nacional de baloncesto. No descubro nada si digo que es uno de los activos con más peso en la actual edad de oro que vive y disfruta el deporte español. El tiempo pasa para todos y parece que fue ayer pero el grueso de este bloque, que todavía permanece en activo, lleva diez largos años en la brecha. Y esto no quiere decir otra cosa que, con las leyes naturales en la mano, estamos mucho más cerca de su final que de su comienzo. Es decir, que las oportunidades que resten para hacer grandes cosas hay que aprovecharlas porque no serán demasiadas.
Sería mucho más fácil (y ventajista y oportunista) escribir después de la muy dolorosa derrota contra Francia del sábado. Por eso lo hago tras el cómodo triunfo ante Nueva Zelanda del domingo. El traspié del partido inaugural del Campeonato del Mundo no es grave por el signo negativo del resultado sino porque España cayó ante un equipo netamente inferior y que durante el encuentro ni siquiera mostró sus mejores prestaciones. Y, sobre todo, porque la principal arma del equipo nacional durante estos años, que ha sido ser un equipo (por encima de contar con los mejores jugadores FIBA y uno de los mejores de la NBA), saltó por los aires. De un plumazo se esfumó algo que tanto costó pergeñar.
Irremediablemente, viene al recuerdo el inicio del Europeo del año pasado, en el que se tocó fondo con la derrota al inicio de la segunda fase frente a Turquía. Ya no había más margen para el error. Llegó entonces la "rajada" de Marc Gasol en los micrófonos de La Sexta a pie de pista, la rueda de prensa del día siguiente con el capitán, el seleccionador y el presidente de la Federación para tratar de decir que todo iba bien(!). Y de repente, de la noche a la mañana, de un día para otro, el equipo fue otro. Mejor dicho, el equipo volvió a ser el equipo (lo otro era lo que se había visto hasta entonces, es decir, los despojos de lo que en su día había sido el mejor conjunto del mundo). Llegaron las victorias por aplastamiento a Grecia, a Francia, a Serbia en la final...
Y me cuesta horrores creer que aquello no se debiera a una decisión de los jugadores de pasar a la autogestión. De quitarse los grilletes impuestos por un seleccionador al que nadie quiere, que es un instrumento ideal para que el lamentable presidente de la Federación prosiga haciendo y deshaciendo a su antojo, negociando a costa del equipo nacional. Que nadie se engañe con el señor Sáez. No es sino otro cacique federativo apoltronado, figura común por desgracia en España. No deja de ser un Odriozola, un Villar, pero que ha tenido la enorme suerte de encontrarse con esta generación de jugadores. Un presidente que prescindió sin ningún problema del auténtico baluarte de este equipo, Pepu Hernández, porque no podía soportar dos aspectos: que todo el protagonismo recayera en la persona del seleccionador y que éste le afeara las maniobras que Sáez hacía con el equipo y que sólo iba en beneficio del bolsillo y en claro perjuicio del grupo. Scariolo es ideal para Sáez, trabaja en Rusia, muy lejos de aquí. Todo el terreno queda a disposición del cacique.
¿Alguien piensa que la decisión de Pau Gasol de no acudir al Mundial no tiene que ver con todo esto? La temporada en los Lakers ha sido muy dura; el año, intenso y difícil. Pero esto es un Campeonato del Mundo. El pasado ejercicio fue muy similar para Pau. Podría haber renunciado al Europeo (de menor fuste) después de no haber descansado en 2008 para acudir a la cita de los Juegos Olímpicos de Pekín. Pero el mayor de los Gasol no tiene ninguna gana de que se repita la escenita del año pasado. Y bien sabía que se iba a producir porque nada ha cambiado, el título logrado en Polonia fue la excusa perfecta para que todo siguiera al gusto de Saéz, aunque hubo evidencias muy claras de que no todo lo que allí sucedió fue perfecto. Ni siquiera aceptable.
El bueno de Pepu hizo celebérrima su expresión: "BA-LON-CES-TO". Ahora toca la de "AUTO-GES-TIÓN", aunque estoy seguro de que él no lo aprobaría, aunque no le afectara directamente. La ausencia de Calderón no sólo resta a la selección del concurso de uno de los mejores bases del mundo sino también de uno de los más capacitados para alzar la voz. Marc Gasol fue la avanzadilla el año pasado pero no le veo liderando la rebelión. El capitán, Juan Carlos Navarro, tipo válido donde los haya, está demasiado cerca de la Federación para hacerlo, aunque el domingo vi un rayo de esperanza cuando declaró que el equipo debería jugar con más alegría y desparpajo, como lo ha hecho siempre (con resultados difícilmente mejorables). Como los inicios contra Francia y, sobre todo, frente a Nueva Zelanda, que Scariolo se encargó de aplacar con continuos cambios, poniendo en pista a los menos expertos, probablemente los menos atrevidos a poner en entredicho sus métodos.
Espero que estas palabras formen parte del plato que más deseo comer en estos momentos. Incluso, a pesar de que un posible éxito encumbrará aún más a gente que no se lo merece.

Los difíciles principios de Mourinho

Decíamos ayer...

Cualquier entrenador que asumiera el reto de llevar las riendas del Real Madrid a partir de este verano era un firme candidato al fracaso. Y más si, como en el caso de Mourinho, decide derribar directamente el edificio que estaba construido cuando llegó (con algunos cimientos bastante fuertes, otros no tanto) para levantar uno completamente nuevo, con su firma, sin tener que agradecer nada al antecesor. Una plantilla que acumula dos convulsos años consecutivos sin triunfos no es precisamente el grupo de trabajo más fácil para llevar a cabo una labor que se complica hasta límites insospechados (quizá inescrutados en el Real Madrid) cuando el máximo rival se encuentra en la mejor época de su larga historia.
En las próximas entradas desgranaremos lo que puede ser un año crucial para el club merengue, aunque acabe de nuevo sin títulos. Pero para ser el primer artículo tras un largo periodo de inactividad, me gustaría empezar por algo más suave, sobre todo por entretenido. Lo que a continuación aparecerá es un divertimento, una pieza asomada a una partitura tan agradecida como es la paradoja. No sirve para extraer conclusiones ni tampoco para llevar a cabo extrapolaciones con vistas al futuro. Pero quizá sí nos ofrece una pequeña pista sobre el método de Mourinho.
El técnico portugués tiene una especie de lucha intestina con sus estrenos oficiales en los diferentes banquillos que ha ocupado. Desde luego, para él no habrá sido ninguna sorpresa haber iniciado su andadura en el Real Madrid sin una victoria. Su primera experiencia fue la más amarga: debut con derrota. Se produjo cuando tomó las riendas del Benfica, en la temporada 2000-2001 con el campeonato luso en marcha tras la temprana destitución de Jupp Heynckes. Mourinho, quien tenía como central titular ese año a Carlos Marchena, cayó 1-0 frente al Boavista.
No fue mucho mejor el arranque de la siguiente campaña, en esta ocasión en el banquillo del Uniao Leiria. En la primera jornada, Mourinho contempló desde el banquillo un empate a cero frente al Sporting de Braga que, además, jugó una hora con un futbolista menos. En esta campaña 2001-2002, el técnico luso tuvo dos estrenos, pues a mitad de temporada tomó ya las riendas del Oporto. En ese primer partido logró que su equipo se impusiera al Marítimo de Funchal (2-1). Pero su particular maldición se reproduciría al año siguiente, el primero en el que dirigió al Oporto partiendo de cero. Aquel inicio de Superliga fue todo menos prometedor: empate a 2 en casa frente al modesto Os Belenenses, el conjunto del humilde y precioso barrio lisboeta de Belén. Y pudo ser peor. La igualada definitiva fue lograda por el lituano Edgaras Jankauskas, quien militó en la Real Sociedad, en el tiempo de descuento.
Quizá, el único estreno que le pudo dejar un buen sabor de boca fue el del Chelsea. El sorteo deparó para la primera jornada de la 2004-2005 en la Premier un auténtico bombazo: Chelsea-Manchester United. Pese a la dificultad, Mourinho tuvo, al fin, un brillante debut: victoria por 1-0 con gol de Gudjohnsen, posteriormente denostado en el F.C.Barcelona.
Para no perder la costumbre, sus dos siguientes puestas de largo en Liga le devolvieron a la senda de la incertidumbre. Génova contempló el pistoletazo de salida a su aventura italiana con un empate a 1 frente a la Sampdoria. El gol, de quién si no, de Ibrahimovic. Y en fin, otro empate ha adornado su primera pedalada en España.
Nunca es tiempo para la simplicidad. El resutado del Real Madrid en Palma no es, obviamente, ningún indicio de que Mourinho va tener en el club de Concha Espina los mismos éxitos que logró con sus anteriores escuadras. Pero también cuesta creer que esta serie de resultados coincidentes sea casual. Como tampoco lo es su insistencia en apuntar que la plenitud de sus equipos llega en la segunda temporada. El apremiante reloj no parece ser un enemigo desconocido para el portugués.