lunes, noviembre 20, 2006

Hasta siempre, mi coronel

Antiguo Hampden Park de Glasgow, 18 de mayo de 1960. En plena final de la Copa de Europa, Alfredo Di Stéfano logra su segundo gol, con el que el Real Madrid daba la vuelta al marcador tras un inicio de partido titubeante de los blancos, que se encontraron con un tempranero gol del Eintracht de Francfort. Hasta el portentoso delantero argentino se acercan para abrazarle Gento, Rial, Canario, Puskas... El actual presidente de honor del Real Madrid, siempre socarrón, les dice: "¡Hala! Ya tenemos asegurada la prima, che". La prima, una recompensa material, poco consuelo para quien tanto sufrimiento arrastraba desde hacía años.
Puskas tiró de memoria. Habían pasado 17 largos años desde su debut en Primera División, con el equipo de su Kispest natal, donde jugaba desde los nueve. Tan agitado fue aquel camino que el día de su estreno en la elite ni siquiera se llamaba Puskas. Su padre, ex jugador y el entrenador que le hizo debutar, tenía apellido de origen alemán: Purczeld. Ferenc Purczeld era todavía muy joven, su espectacular zurda comenzaba a dar buenas sensaciones, pero los técnicos le criticaban porque retenía demasiado la pelota.
Pero aquel Kispest iba a hacer historia, pese al estallido en Europa de la II Guerra Mundial. En torno al pequeño club de las afueras de Budapest se estaba generando la mejor generación de futbolistas que nunca ha tenido Hungría y, además, los dominadores absolutos del fútbol continental en la década de los 50. Dos años después de su debut, en 1945, Ferenc Purczeld es convocado por el seleccionador magiar, Gusztav Sebes, para disputar dos amistosos al término de la guerra. Por entonces, la estrella del Kispest aparece convertido en Ferenc Puskas, por el inconveniente de llevar un apellido de origen germano, el mismo que el de los invasores y los derrotados. En húngaro, 'puskas' significa 'escopeta'. Todo un signo.
Sebes tenía las ideas claras: si Hungría quería ser un equipo compacto, la columna vertebral del conjunto debería estar compuesta por futbolistas de uno o, como mucho, dos equipos. En el Kispest tenía donde elegir: Kocsis, Czibor, Bozsik y el que sería su prolongación en el terreno de juego: Puskas.
Antes de que Hungría imponga su dictadura en el panorama futbolístico europeo, Puskas se topa con un nuevo cambio de identidad. Su Kispest de toda la vida se convierte en el equipo del ejército y pasa a denominarse Honved. En plena madurez como jugador, con 25 años, Puskas se proclama con sus compañeros campeón olímpico en Helsinki, cuando el torneo de fútbol de los Juegos tenía más prestigio que un Mundial que apenas había podido celebrar cuatro ediciones. Paralelamente, Puskas gana prestigio en el ejército húngaro y alcanza el rango de teniente coronel.
Un año después, Puskas deja su primera muesca importante en la historia. La gran Hungría acude a Wembley para enfrentarse a Inglaterra, invicta en su estadio desde su fundación en 1900. Los magiares no sólo rompen la racha sino que además humillan a su rival: 3-6, en el considerado todavía hoy como el mejor partido entre selecciones nacionales. Los críticos no lo dudan: Puskas es el mejor jugador de Europa, el líder de una generación irrepetible, que se presenta como gran favorita para el Mundial de Suiza. Allí, donde la vida de Puskas se empieza a torcer. Contra todo pronóstico, Hungría pierde la final frente a una incipiente Alemania, que comenzaba a respirar tras los desastres de la guerra. Puskas comenzaba a comprender, aún antes de escucharla, la famosa frase de su inseparable Di Stéfano: "el fútbol es un juego de once contra once en el que siempre ganan los alemanes".
En Glasgow, los futbolistas del Real Madrid retornan a su campo para que el partido se reinicie, con saque de centro para el Eintracht. Y Puskas seguía recordando. Aquel fatídico viaje a Bilbao, para enfrentarse con su Honved al Athletic en Copa de Europa, dos años después de perder la final de Berna. Con Puskas se entera por el camino que las tropas soviéticas han tomado Hungría. El viaje será sin retorno, lo que convierte al teniente coronel Puskas en un desertor, en un traidor. Permanece desaparecido un tiempo, como algunos de sus compañeros de los "mágicos magiares". La FIFA suspende dos años a aquellos que no retornaron a Hungría para jugar con su selección.
De un plumazo, Puskas se queda sin país, sin casa y, lo que es peor para él, sin fútbol. Aquellos dos años se hacen demasiado largos, pese a que permanece durante algunas temporadas en Italia, jugando con un pequeño equipo costero. La 'escopeta' pierde la forma, el ritmo de juego y las ganas de jugar. Son demasiados los nombres que han quedado por el camino, Purczeld, Kispest... pero otro vendrá a su encuentro: don Santiago Bernabéu. El sempiterno presidente madridista, ávido lector de prensa internacional, sabía de la situación de Puskas y de lo que había sido hasta ahora (en la selección húngara 84 partidos con 83 goles; en el Honved, 358 goles en 394 partidos). Consultó la posibilidad de fichar a Puskas con los secretarios técnicos Emil Osterreicher, que estaba a favor, y José Samitier, en contra. Pero Bernabéu tenía una máxima: "los delanteros dejádmelos a mí, que de eso entiendo". Allá por los años 20, Santiago Bernabéu correteó por el viejo campo de O'Donnell y se peleó con los defensas en el puesto de ariete.
Cumplida la suspensión de la FIFA, Puskas aterrizó en Madrid, claramente pasado de kilos y con dos años de inactividad. "Póngalo usted a punto", ordenó Bernabéu al entonces técnico blanco, Luis Carniglia. Puskas perdió 12 kilos en un mes y medio, pese a lo cual nunca abandonaría ya un cierto aspecto fondón. Pero Carniglia comprobó con agrado y bastante alivio que había dos factores que Puskas no había perdido: su visión de juego y su zurda.
Los alemanes del Eintracht ponen el balón en juego para tratar de igualar la contienda. Puskas cumple el tercer año desde su renacimiento como futbolista. Hay cambios, pero ahora no son obligados sino gloriosamente voluntarios. La 'escopeta' es ahora un "cañoncito pum". Ferenc, nombre un tanto extraño en el Foro, ha derivado en "Pancho". Y don Raimundo Saporta está ultimando las gestiones para que Puskas tenga pasaporte español. Llega el momento de poner una nueva muesca en la historia. Los cuatro goles siguientes del partido los anota el húngaro, que convierte de esta forma el partido en el mejor encuentro entre clubes que se recuerda. Siete años antes, Puskas había estado en el mejor partido de selecciones nacionales. La prima estaba bien, sí, pero se esfumaría pronto. En cambio, esto quedaba para siempre, para la historia.
Y para cerrar el broche, Puskas puede volver a la Hungría que le repudió por desertor. Y recupera sus galones en el ejército, donde asciende a coronel. Ferenc Puskas, mi coronel, siempre a sus órdenes.
Ahora, los jugadores del Honved forman un círculo en el césped del campo del Diosgyor. En la grada, aparecen varias fotografías de Puskas, rodeadas de velas. Entre los aficionados del Honved desplazados al estadio rival surge una gran pancarta negra con letras blancas: "1927-2006, descanse en paz Ferenc Puskas". Me atrevo a pensar que aquel día en Hampden Park, Puskas soñó con este final, al que sólo le han sobrado los seis últimos y lastimosos años. Sin embargo, no hay enfermedad que pueda con la inmortalidad. Hasta siempre, mi coronel.

1 comentario:

La KSB dijo...

Pedazo de post.